El otro día vimos un documental sobre los viajes que realizan los alimentos que comemos. Qué barbaridad… Vino a confirmar lo que ya sospechaba desde hace tiempo: el mundo se ha vuelto completamente loco. Reconozco que es muy cómodo disponer todo el año de una inmensa variedad de frutas y verduras, pero si conociéramos de verdad el coste que este lujo tiene para nuestro planeta, (monocultivos intensivos que agotan la tierra, impacto ambiental derivado del transporte y distribución a larguísimas distancias…), estoy segura que nos lo pensaríamos dos veces a la hora de echar a la cesta cerezas en el mes de diciembre o mandarinas en agosto. Y lo más gracioso es que de “lujo”, (salvo por lo que cuestan algunos productos, claro), no tienen nada. La naturaleza es muy sabia, ¿por qué si no en verano prolifera la fruta refrescante con alto contenido en agua y en invierno los cítricos con sobredosis de vitamina C? Los alimentos de temporada, además de ser los más económicos por aquello de que su producción se concentra en una determinada época del año y ya sabemos cómo va eso de la ley de la oferta y la demanda, son también los de mejor calidad. Se cultivan con las condiciones climáticas adecuadas para cada uno de ellos y respetando su calendario natural, recogiéndolos en su momento óptimo de maduración. De esta forma ofrecen un mejor aporte nutricional con su cualidades organolépticas de olor, sabor y textura intactas. Nos indignamos, (al menos yo), cuando la fruta y verdura que compramos no sabe absolutamente a nada, y nos preguntamos qué ha pasado con aquellos tomates que al abrirlos se te hacía la boca agua sólo con el olor. Si el criterio de selección a la hora de elegir la variedad de semillas es que el producto aguante sin estropearse semanas y semanas en un contenedor sin una arruga, cual momia embalsamada, o si ha sido recogido cuando todavía estaba verde y ha madurado artificialmente por el camino… ya no extraña tanto, ¿verdad? A estas alturas de la película las prioridades de la industria alimentaria están más que claras, igual sería hora de que nos preguntáramos cuáles son las nuestras.

Vaya… menudo panegírico acabo de soltaros… y todo esto sólo venía a que la receta de hoy es un cous cous riquísimo y totalmente vegetariano elaborado con verduras de temporada. Para la t’faya, que es esa salsa de cebolla caramelizada y almendras tan rica que suele acompañar este plato, en vez de pasas que es lo tradicional he utilizado esta vez orejones, ciruelas pasas y un toque de vino dulce de Málaga. Delicioso.

Ingredientes:

  • 1 trozo de calabaza, (unos 400 g)Cous-cous vegetal con verduras de temporada
  • 1/2 coliflor
  • 2 nabos
  • 3 zanahorias
  • 1 calabacín grande
  • 1/2 cebolla
  • 3 dientes de ajo
  • 2 cdtas. cúrcuma
  • 1 cdta. jenjibre molido
  • 1 cdta. comino molido
  • 1 cdta. raz al hanout
  • unas hebras de azafrán
  • 1 taza de sémola precocida
  • aceite
  • sal

Para la t’faya:

  • 1 cebolla
  • 4 cdas. almendras picadas
  • 4 orejones
  • 4 ciruelas pasas
  • 1/2 cdta. canela
  • 1/2 vaso vino dulce de Málaga, (del oscuro)
  • aceite
  • sal

En una cacerola con un par de cucharadas de aceite y un poquito de sal rehogamos a fuego medio la  cebolla cortada en juliana y los dientes de ajo fileteados hasta que todo esté blandito, unos 5 minutos. Incorporamos la verdura lavada, pelada y troceada a vuestro gusto, (a mí me gusta dejarle al calabacín parte de la piel). Como vamos a cocerlo todo junto tened en cuenta la dureza de cada una de las verduras a la hora de cortarla para que no se os deshagan algunas y se os queden duras otras. La zanahoria es lo que más tarda, así que podéis hacer trozos más pequeños para aseguraros que se haga bien. Lo más blando es el calabacín y las flores de coliflor, pueden dejarse algo más gruesos. Añadimos agua hasta que las cubra, incorporamos las especias, subimos el fuego y dejamos cocer tapado hasta que las verduras estén en su punto, (id pinchando con un tenedor para comprobar cómo van). Recitificamos de sal o de especias si es necesario, sacamos la verdura escurrida de su líquido de cocción y reservamos. ¡Ojo! No descartéis nunca el caldo de haber cocido verduras, está lleno de nutrientes que ha absorbido durante la cocción. Vamos a utilizarlo para la sémola y si os sigue sobrando podéis aprovecharlo para haceros una sopa estupenda o como base para otros guisos.

Para preparar la sémola medimos una taza y la volcamos en un bol grande. Le añadimos un chorrito pequeño de aceite y  trabajamos bien la sémola, frotándola entre los dedos intentando que el aceite impregne todos los granos. Se supone que éste crea un capa que envuelve a los granos e impide que se peguen unos a otros, al menos no mucho y así queda más suelta. Cogemos como una taza y cuarto del caldo de haber cocido las verduras con las especias , (que esté hirviendo),  y se la añadimos a la sémola. Dejamos reposar un par de minutos y revolvemos bien. Reservamos.

Y por último preparamos lo que le da el toque definitivo, la t’faya. Cortamos la cebolla en juliana fina y la sofreímos a fuego medio con un poquito de sal hasta que esté muy dorada. Incorporamos la fruta troceada, las almendras, la canela y mezclamos todo bien. Añadimos el vino, medio vaso de agua y subimos el fuego. Dejamos cocer todo junto hasta que se evapore el agua y el alcohol y la t’faya coja consistencia de compota, como unos 5 minutos. Rectificamos de sal o de azúcar si fuera necesario y ya está lista.

Para presentar el plato lo podéis hacer como más os guste, yo lo hago con la sémola en el centro, la verdura alrededor y la t’faya encima. Lo de comerlo con las manos haciendo pelotitas todavía no lo he probado, ¡pero todo se andará! Que lo disfrutéis.